He regresado de las Antillas, más exactamente, de la República Dominicana, Puerto Rico y Cuba, donde hemos celebrado los 100 años de la primera presencia salesiana, e igualmente la preciosa fiesta de Don Bosco.
Y como siempre, me he encontrado con una familia salesiana preciosa, con tantos laicos que tienen tanto afecto por Don Bosco y también me he encontrado con unos jóvenes magníficos.
Y he recordado que antes del inicio del viaje he enviado a todos los jóvenes del mundo salesiano una carta con motivo de la fiesta de Don Bosco en la que les decía estas palabras que les ha dirigido el Papa Francisco en uno de los encuentros.
Al igual que el Papa Francisco, y sé que como muchos de ustedes, queridos amigos lectores, yo confío en los jóvenes, rezo por los jóvenes y les animo a que sean valientes, sean protagonistas de sus vidas y vayan contracorriente.
Me he encontrado con jóvenes despiertos, capaces de ser animadores de otros muchachos y muchachas; jóvenes que trabajan o que siguen estudiando y trabajando para poder ayudar en casa y al mismo tiempo tener más oportunidades en la vida. Jóvenes de 20 a 25 años que no tenían ningún reparo en ayudar en las celebraciones litúrgicas como acólitos, en formar parte de un magnífico coro en el templo, y que sobre el escenario de una tarde lúdica se mostraban magníficos artistas y bailarines. Estos también son nuestros jóvenes.
A esos jóvenes les digo que somos muchos los adultos que tenemos gran esperanza en ellos; que somos muchos los adultos que les animamos a ser valientes en sus vidas, reconociendo que el mundo que les ofrecemos no es fácil y las oportunidades escasas. Y esto no es responsabilidad o culpa de ellos. También los adultos tenemos que ser autocríticos. Y al igual que el Papa Francisco, yo les animo a tener la fuerza de ir 'contracorriente' cuando la llamada a la fidelidad, a ellos mismos y a Jesús, resuene con fuerza en el interior de su corazón.
Les recuerdo que el mundo de hoy les necesita. Necesita de los grandes ideales que son propios de su juventud y de sus sueños juveniles. El mundo, por doquier, en los cinco continentes, necesita más que nunca jóvenes llenos de esperanza y de fortaleza que no tengan miedo a vivir, a soñar, a buscar una profunda y verdadera felicidad en la cual Dios habite en sus corazones. En un mundo donde tantas veces se silencia a Dios, y se le deja de lado, se necesita el testimonio de jóvenes para quienes el Señor sea realmente Señor de sus vidas y camino de felicidad y autenticidad.
Este nuestro mundo necesita de jóvenes que se sientan atraídos por el compromiso y que sean capaces de sacrificarse y de amar “hasta que duela”, como dijo en su día Madre Teresa de Calcuta, hoy santa. Jóvenes capaces, desde su compromiso, de donar su tiempo y de donarse ellos mismos.
¿Es mucho pedir…? Creo que no. Es una meta alta, ciertamente, pero eso mismo pedía Don Bosco a sus muchachos de Valdocco, sea en la cotidianeidad sencilla de los días normales, sea en la heroicidad del atender a los enfermos de peste.
Y les recuerdo a estos jóvenes de hoy que les necesitamos porque también otros jóvenes les necesitan, y son ellos quienes mejor los pueden entender y ayudar, ya que también son muchos los jóvenes 'cansados, aburridos o desencantados', o que sencillamente nunca se entusiasmaron con nada; jóvenes muy débiles y frágiles que necesitan de otros jóvenes que hablando de la vida y con el mismo lenguaje vital, les muestren que hay otros caminos y posibilidades, que los ayuden a creer verdaderamente que huir de los desafíos de la vida no es nunca la solución, y que, incluso como verdaderos 'discípulos-misioneros' los ayuden a descubrir a Jesús en sus vidas y a creer en Él. Un Jesús, les digo, que 'no les vende humo' sino que ofrece Vida, de la auténtica, de la suya, Él mismo.
El Papa Francisco les escribía hace pocos días un mensaje a todos los jóvenes del mundo en el que les decía: “No tengan miedo… Un mundo mejor se construye también gracias a ustedes, a vuestro deseo de cambio y a vuestra generosidad. No tengan miedo de escuchar al Espíritu que les sugiere elecciones audaces, no abandonéis cuando vuestra conciencia os pide arriesgar para seguir al Maestro”.
Por eso mi invitación desde estas páginas sigue siendo la de una ayuda a la generosidad de parte de tantos jóvenes del mundo, y la de una llamada a nosotros, adultos, para estar a su lado, para seguir apostando por ellos, creyendo en ellos, confiando en ellos, orando por ellos, por quienes tienen una fe viva y por quienes están en búsqueda o sencillamente se sienten perdidos. Dios nunca pierde a ninguno de sus hijos e hijas.
Sean felices.