El texto recuerda que "el Beato Artémides amaba a sus enfermos con espíritu evangélico, veía en ellos al mismo Jesús. En cada uno de ellos visitaba a Cristo, curaba a Cristo, alimentaba a Cristo, vestía a Cristo, alojaba a Cristo, honraba a Cristo. Un día dijo al guardarropa: "Una muda para Nuestro Señor...". Zatti buscaba lo mejor para sus huéspedes: "A Nuestro Señor hay que darle lo mejor". Un pobre campesino necesitaba un vestidito para su primera comunión y Artémides pedía: 'Un vestidito para Nuestro Señor'".
Don Bosco había dicho a los primeros misioneros salesianos que partieron para América: 'Ocupaos especialmente de los enfermos, de los niños, de los ancianos, de los pobres, y os ganaréis la bendición de Dios y la buena voluntad de los hombres'". Fue un testimonio edificante de fidelidad a la vida común. Era él quien tocaba la campana, era él quien precedía a todos los demás hermanos en los momentos comunitarios. Fiel al espíritu salesiano y al lema -'trabajo y templanza'- legado por Don Bosco a sus hijos, desarrolló una prodigiosa actividad con habitual prontitud de espíritu, con espíritu de sacrificio, especialmente durante el servicio nocturno, con absoluto desapego de cualquier satisfacción personal, sin tomarse nunca vacaciones ni descanso. Como buen salesiano, sabía hacer de la alegría un componente de su santidad. Siempre aparecía simpáticamente sonriente. Era, ante todo, un hombre de Dios. Uno de los médicos del hospital dijo: 'Cuando vi al señor Zatti mi incredulidad vaciló'. Y otro: "Creo en Dios desde que conocí al Señor Zatti".
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