La relación de San Artemide Zatti con las Hijas de María Auxiliadora entra en la grande y heroica historia de las misiones salesianas en Argentina, primera frontera del corazón apostólico de don Bosco, y en la historia de la misión llevada a cabo por Zatti en Viedma por más de 50 años al servicio de los pobres y de los enfermos.
Para la sección femenina del hospital San José de Viedma y para la cocina, ya desde los tiempos del padre Garrone, prestaban su servicio las Hijas de María Auxiliadora: ordinariamente eran dos. El edificio de las hermanas en un primer tiempo estaba estrechamente ligado con el edificio de la casa salesiana y era por eso fácil la colaboración. En los tiempos de Zatti la casa de las Hijas de María Auxiliadora había sido ya trasladada a otra localidad, pero las hermanas continuaron su servicio en el reparto femenino, a fin de que el Hospital San José no tuviera que trasladarse a la Quinta San Isidro en los márgenes de la ciudad.
Mientras prestaba a las hermanas, por obvia necesidad de prudencia, su servicio al departamento de mujeres, Zatti tuvo que proveer para toda la organización y las necesidades materiales de todo el hospital. Entre las hermanas que allí trabajaban se recuerdan sor Severina Teghille, que estuvo allí operativa del 1895 al 1940, y después sor María Grana y sor María Méndez. Sor Severina era más bien intransigente, a veces incluso con el mismo Zatti, pero trataba a las personas y a los negocios con un criterio de bondad.
Un testimonio excepcional de la vida virtuosa y de la santidad de Zatti es sor Antonieta Böhm, Hija de María Auxiliadora y hoy Sierva de Dios, que fue directora en Viedma del 1949 al 1955 y luego conoció a Zatti en los últimos años de su vida. Así lo habla en sus “Memorias misioneras”:
“En el hospital en que el director era el coadjutor salesiano, el Sr. Zatti, ahora Beato, trabajaban tres hermanas que pertenecían a la misma comunidad. Era un hospital muy pobre; después de algunos años lo convirtieron en el palacio del obispo. ¡Cuánto sufrió el Sr. Zatti por esto! Tenía que ir con los enfermos a una granja a veinte cuadras de su comunidad. En los seis años en que fui directora en esta Inspectoría tuve muchos contactos con el Sr. Zatti. Lo llamaban el Padre Doctor, siempre vestido con una camisa blanca y con su bicicleta. Su característica era la alegría, la sonrisa. Tenía un espíritu como el de la Madre Teresa de Calcuta, de santa memoria. Se cuidaba de los enfermos más pobres. Los doctores a veces lo llamaban para que los ayudase en el otro hospital.
En una ocasión el Sr. Zatti encontró en la plaza un moribundo y lo cargó sobre los hombros, lo puso en la bicicleta y lo llevó al hospital. Dijo a la hermana: “Necesito una cama para…”; la hermana respondió que no había sitio; a lo que él dijo: “¿Y en mi cama?”. Y al instante puso al moribundo en su cama y él se tumbó en el suelo. Aquella noche lo ayudó a morir con una buena muerte.
Solían llamarlo para ayudar a alguna hermana enferma y anciana. Cuando las veía, cantaba una canción a la Virgen y decía a la enferma: “Ahora, ahora”. No se podía ver que les diese ninguna medicina, y la hermanita, muy feliz, decía: “Ahora estoy bien” … y morían felices.
El Sr. Zatti tenía una voz alta y sonora. Para sus enfermos, cada domingo tenía a punto una nueva alabanza. Un hermano tocaba y él cantaba. Sus pacientes estaban en la capilla y comenzaba el homenaje a la Virgen; cantaba una bonita alabanza. Yo caminaba unas veinte cuadras para escucharlo; cantaba magníficamente y daba un elocuente testimonio de santidad salesiana.
Tuve la fortuna de asistirlo cuando le fueron administrados los santos óleos. Pidió que se diera a este acto toda la solemnidad. Le pidió a su padre director que usara el mejor roquete y estola, y las velas encendidas. Y, alrededor, todos los enfermos que pudiesen estar de pie. Y la última catequesis la dio él, explicando a sus pacientes el Sacramento de la Extremaunción. Les dijo: “Muchas veces os lo he dicho a vosotros, ahora me toca a mí”. En aquel momento llegó una enfermera con una inyección para calmar el dolor, visto que la había prescrito el médico, y el Sr. Zatti le dijo: “Mira, no puedo trabajar, el dolor es mío, no lo doy a nadie. Ve por favor con tu jeringa y dile al médico que se la ponga él”. Participó serenamente en la Unción de los enfermos y les explicó qué significaba cada acto. Explicaba cómo se nos debe preparar a recibir este Sacramento.
El Sr. Zatti de joven quería ser salesiano pero estaba muy enfermo: tenía los pulmones dañados. Después el director del hospital en aquel momento llamó a Zatti antes de que muriese y le dijo: “Te lo prometo, te curaré, pero tú promete que irás a trabajar al hospital”. Así fue. El amor del Sr. Zatti por la Virgen y su alegría eran fuertísimos. No se lamentaba por nadie ni por nada. Nunca lo vi triste”.
Zatti tenía una sobrina, Maria Zatti, FMA. Un día en Bahía Blanca hacia el final del santo coadjutor María Zatti se encontró con el tío y convencida de su santidad le dijo: “Oh, santo tío: cuando entres en el paraíso, me esconderé en uno de tus bolsillos …”. “Y yo haré como el águila”, respondió el tío Artemide, “cuando la tortuga quiera subir alto y aferrarse a ella, la dejaré caer y se estrellará contra el suelo”. Y se rió de buena gana. Luego, más seriamente, agregó: “Entrarás en el cielo, sí, no por las obras de tu pariente, sino por las tuyas”.
Fuente: CGFMAnet.org