El sacerdote Antonio Carbone, SDB, director de la obra salesiana en Torre Annunziata - una realidad fuertemente desafiada por la presencia de la criminalidad organizada – ha comentado así estos dos asesinatos.
Eran figuras de sacerdotes que amaban estar cerca de sus comunidades, hasta perder la vida por amor al prójimo. Los títulos que usan frecuentemente los diarios: “cura de los últimos”, “curas de la calle”, “curas anti-clan” – no están bien, porque cada cura en cuanto cura lo es. Más bien no deberían existir “curas de los poderosos”, “curas de sacristía”, “curas mafiosos” …
Me ha impresionado la muerte de don Roberto como la muerte de cada persona de mi generación, porque pienso que en ese camino, en ese cajón podría estar yo. Además como se trata de un cura me veo en uno que decidió su misma opción de vida. Pienso en los momentos difíciles de coherencia con el Evangelio que cuestan, y ponen a muchos curas en peligro de quedar aislados de la jerarquía eclesiástica y de la clase política, o de la misma vida, cuando uno tiene que ocuparse de los más frágiles o cuando se dicen cosas que desagradan a la criminalidad.
Pienso en el propósito que hice en el año 2000 cuando vine a Torre Annunziata por primera vez: aunque me hubieran abofeteado, lo que sucedió con mis predecesores, el día después habría ido con los hematomas al oratorio. Pienso al miedo que tuve cuando vi una tijera apuntada hacia mi en una 'casa familia' por un pobre cristo tomado por una crisis de histeria; pienso al temor que sentí al salir del cementerio después del rito fúnebre de dos camorristas asesinados en una emboscada, cuando a las esposas, a los hijos y a los jóvenes presentes, no dudé de decir con fuerza que la camorra produce solamente huérfanos y viudas.
Pienso en tantos curas que dan su sangre en los patios de los oratorios, en las comunidades de recuperación, en los propios territorios infiltrados de una cultura camorrista y que cada día corren el peligro de ser martirizados.
Pero los pobres son la verdadera carne de Cristo, como nos recuerda el Papa Francisco y como frecuentemente repetía el padre Malgesini.
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