Los salesianos de Battersea, con la iglesia anglicana de “St. Marys” y la organización benéfica “Katherine Low Settlement” hemos unido esfuerzos para crear juntos los “Angeles de Battersea”. Se trata de una red de más de 400 voluntarios de la zona sudoeste de Londres, todos empeñados en responder a las necesidades fundamentales de los propios vecinos: hacer las compras, adquirir medicinales, llevar los perros a hacer el paseo y ofrecer un poco de amistad.
Esta experiencia nos ha mostrado un enorme mar de esperanza y de buena voluntad, debajo de la superficie de una zona de Londres densamente poblada e impersonal. En los últimos seis meses miles de horas fueron dedicadas para dar apoyo a las personas vulnerables desde el punto de vista sanitario y económico (...). No ha sido fácil, Muchas de las personas que hemos servido no quieren limosna, pero tienen necesidad de dar de comer a sus familias. Nuestros Ángeles trabajaron teniendo cuidado con la gran sensibilidad de las personas que se sienten vulnerables: les han hablado por teléfono, han escuchado las necesidades y escuchado dando soluciones y proximidad, a pesar del distanciamiento social.
La respuesta recibida fue increíblemente positiva. Las personas se sintieron apoyadas y demostraron gratitud por lo que pudimos hacer. Entretanto no se han vuelto dependientes. Casi todos los que hemos ayudado fueron capaces de ponerse de pié por ellas mismas y de gestionar nuevamente la propia vida. Son buenas personas, en dificultad, que fueron ayudadas preservando su dignidad e independencia (…) Nosotros nos hemos sentido privilegiados por ayudarlos en un período de dificultad.
La experiencia de 'Ángel' fue interesante, (…). De repente nuestro barrio parecía diverso. Conocimos el tranquilo heroísmo de la gente común que cada día busca de arreglársela permaneciendo alegre y optimista.
Todos los 400 voluntarios fuimos en realidad beneficiados por esta experiencia, que hizo emerger cualidades que quizás se habían quedado durmiendo debido a nuestro estilo de vida ordinario: la compasión, la gratitud por nuestras realidades, el sentido de justicia, una mayor confianza en la humanidad y un sentimiento más radicado sobre las prioridades de la vida. Pero sobre todo la experiencia ha hecho emerger la posibilidad de un espíritu comunitario diverso en nuestra zona. Quizás podemos confiarnos más de las personas, quizás allá afuera no quieren solamente aprovecharse, quizás podemos dejar de lado un poco ese miedo del otro y correr el riesgo de sonreír, saludar y extender la mano.