Cuando mi pedido misionero fue aceptado, mi alegría inicial se transformó pronto en incertidumbre al saber que sería enviado a Papua Nueva Guinea. “¿Sobreviviré a un lugar así difícil?”. Mis temores y mis ansiedades se cambiaron inmediatamente en una firme voluntad para aprender bien la lengua y la cultura de “mi gente”. Junto con otros cuatro salesianos, iniciamos una nueva presencia en la capital. Don Bosco era prácticamente desconocido en el País. Es duro ser un pionero. Tuvimos que improvisar todo. Pero eran años llenos de iniciativas, de entusiasmo y de alegría. Luego de mi ordenación fui enviado nuevamente a esa presencia. Esta vez habíamos trabajado para formar nuestros colaboradores laicos del lugar. Dimos también inicio al primer grupo de Salesianos Cooperadores y de ADMA. Literalmente veía frente a mis ojos al carisma salesiano ahondar raíces.
Luego, un día, el inspector me informó que la Conferencia Episcopal me pedía de ser el director del Instituto litúrgico-catequístico nacional. Inicialmente había rechazado, pues se trataba de un ambiente totalmente nuevo para mí. No quería sobrepasar los horizontes de lo que conocía. Y de nuevo, otra vez, estaba inquieto. Sentía, en mi interior, que debía sobreponerme a mis miedos que me rodeaban. Ahora, mirando para atrás, me doy cuenta que acompañar la obra de evangelización en 23 diócesis ensanchó mis horizontes eclesiales y misioneros.
Más tarde, cuando estaba trabajando en mi tesis sobre Misionología, en Roma, improvisamente, recibí una llamada del Dicasterio para las Misiones, que me pedía ser parte del Sector de las Misiones. Esta vez quedé profundamente turbado, pero había entendido que el Señor me estaba invitando a salir de mi fortaleza intelectual, para aprender de nuevo a tener confianza en Él y lanzarme nuevamente mar adentro. Acepté luego de un intenso discernimiento.
Ahora, luego de haberme encontrado con misioneros en los 5 continentes y muchas veces viviendo en situaciones difíciles, estoy agradecido por la prospectiva mundial de la Congregación que me fue dada.
Estaba finalizando mi servicio en el Dicasterio de Misiones cuando el Rector Mayor me llamó en su oficina y me pidió ser el Superior en la nueva Visitaduría de Papúa Nueva Guinea - Islas Salomón. Mientras me explicaba su decisión, mi mente estaba ofuscada con tantas preguntas y dudas. Pero también sentí una voz interior que me susurraba para osarme a ir de nuevo, mar adentro.
Por lo tanto, ser misionero significa para mí, vivir en un estado permanente de “inquietud”, siempre pronto a emprender lo improbable, de modo que se aprenda a confiar más en el Señor, que nos convida a fijar constantemente nuestros corazones mar adentro.