San Francisco de Asís envió a sus hermanos a predicar: “Vayan y prediquen el Evangelio. Si hace falta, usen palabras”. Madre Teresa de Calcuta decía: “Prediquen sin predicar”. Como Misionero Salesiano, estoy convencido de que la primera tarea de la Iglesia es anunciar la misericordia (Ef 2,4); pero no basta predicar con palabras.
En la Obra “Don Bosco Fambul” – en Sierra Leona - estamos en contacto con el sufrimiento de los pobres, los pequeños, los desposeídos, los olvidados y humillados, las víctimas de la violencia, los excluidos injustamente, los angustiados, los que lloran, los pecadores, los deshonrados, los presos...
El sábado pasado dormía profundamente cuando a las 2 de la mañana sonó mi teléfono. Era una llamada de urgencia. Frente a la Catedral había un joven ensangrentado, inconsciente. En 15 minutos estábamos 4 personas, 2 Salesianos, un guardia de Fambul, frente a este joven desconocido. Tenía un brazo quebrado, el rostro desfigurado a golpes, una oreja cortada a la mitad y múltiples cortes y golpes en todo su cuerpo. Lo llevamos al hospital. Las enfermeras y el doctor dijeron que por los signos, debía ser un ladrón al que habían agarrado “in fraganti”, y que estaba vivo de milagro. En Sierra Leona al ladrón se le juzga, se le sentencia y se le condena a muerte en las calle.
“Pero, Padre - me dijo la enfermera – para qué gasta su tiempo y su dinero en esta gente. Son lacra social. Tienen que pudrirse en la cárcel”. “Sabe usted - le contesté –nosotros creemos en los jóvenes. Sabemos que en cada uno de ellos hay una fibra de bien y que para Dios nada es imposible; que su gracia puede hacer de un ladrón, un santo en un instante”. Me miró incrédula como diciéndome, ‘lindo, pero que ingenuo es usted’, y siguió suturando la oreja con indiferencia y dicho sea de paso, sin usar anestesia alguna. Alpha era el nombre del ladrón. Con su cara desfigurada no emitía queja alguna. Fijaba sus ojos en los míos. A mí se me caían las lágrimas, no tanto por el dolor; sino por la profunda tristeza que me transmitían sus ojos. Lo llevamos a nuestra casa y le dimos un plato de comida, medicinas para calmar el dolor y una colchoneta para dormir.
Alpha tiene 22 años, es huérfano y tiene tuberculosis. Ya ha comenzado su tratamiento y quiere estudiar un oficio y cambiar su estilo de vida. Hoy, su desfigurado rostro ha vuelto a la normalidad y he podido descubrir tanta belleza interior a través de sus ojos. Cuando se sane su brazo, podrá comenzar a estudiar un oficio en un taller de Freetown y semanalmente hará su proceso de rehabilitación. Estos son muchachos a los que nadie les ha mostrado el potencial de amor y de bondad que existe en su corazón.
En sus ojos me veo a mí mismo y con su silencio me está diciendo implícitamente que en mi corazón hay también un inmenso potencial para el bien y el mal, para la violencia y la paz, para el egoísmo y para la entrega.