Una maestra escribió: «Cada día paso por todos los grupos de clase. Antes del Covid cuando entraba todos se ponían de pie y me rodeaban. Ya no sucede más. Los niños de cuarto y quinto elemental tienen el impulso de correr hacia mí y lo frenan. Los de primero en cambio permanecen inmóviles, sin reacción, fríos. Esto me preocupa mucho por su futura capacidad de expresar la afectividad». Otra añade: «Debemos afrontar un evidente aumento de la agresividad entre los chicos de secundaria». «¡Mantente lejos de los demás!» se escucha decir a los padres y madres a sus hijos.
¿Qué carga de soledad, depresión e inseguridad llevarán a cuestas por tanto tiempo los niños de hoy? ¿Cuál sería la mejor intervención pedagógica?
«Quien se siente amado, amará» decía Don Bosco. Pero la gentileza y la bondad nunca han sido virtudes espontáneas.
Incluso para Don Bosco la dulzura no era una dote natural. Él afirmaba que se había despertado del «sueño» de sus nueve años con los puños adoloridos por los golpes dados a los jóvenes blasfemos.
Siendo adolescente defendió con fuerza al amigo Luis Comollo. Narra él mismo: «Quien diga una maldición se las verá conmigo. Los más altos y descarados se plantaron ante mi, mientras daban dos bofetadas a Luis. Se me nublaron los ojos y me dejé llevar por la rabia. No teniendo a mano un palo o una silla, con las manos agarré a uno de aquellos muchachotes por la espalda y sirviéndome como de un garrote comencé a golpear a los otros. Cuatro cayeron por tierra, los otros salieron por piernas gritando».
Más tarde, el buen Luis lo regañó por aquella vehemente exhibición de fuerza: «Basta. Tu fuerza me asusta. Dios no te la dio para masacrar a tus compañeros. Perdona y restituye bien por mal, por favor». Era casi un eco del personaje del sueño que decía: «No es con los golpes, sino con la dulzura y el amor que debes mantener su amistad».
Juan aprendió así no sólo como se perdona, sino cuan importante es dominarse a sí mismo. No lo olvidará jamás. Llevará siempre doquiera el soplo del manso y nadie sabrá cuánto le costará siempre, pero por esto, según las palabras de Jesús “poseerá la tierra”.
Los panegíricos de san Francisco de Sales, que se tenían por regla en el seminario, lo hicieron reflexionar. De acuerdo a su Testamento espiritual, se impuso como cuarto propósito de la ordenación sacerdotal la fórmula: «La caridad y la dulzura de san Francisco de Sales me guíen en todo».
Y cuando tuvo que elegir un nombre para el naciente Oratorio no tuvo duda: «Se llamará Oratorio de San Francisco de Sales» y más tarde a los primeros jóvenes que compartieron su vida dirá: «Nos llamaremos salesianos». ¿La razón? «Porque nuestro ministerio exigiendo grande calma y mansedumbre, nos habíamos puesto bajo la protección de este santo, a fin de que nos obtuviera de Dios la gracia de poderle imitar en su extraordinaria mansedumbre y en ganar almas».
La dulzura, esta virtud «más rara que la perfecta castidad», es «la flor de la caridad», y la caridad puesta en práctica, la había enseñado san Francisco de Sales. «Les recomiendo sobretodo el espíritu de dulzura, que es aquello que calienta el corazón y conquista las almas», escribía a una joven abadesa.
Al final de una guerra que, durante cuatro largos años, la había por lo menos ignorada y despreciada en las relaciones entre los pueblos, el Rector Mayor Don Pablo Albera dedicó a la dulzura una carta circular entera. «La virtud de la dulzura impone que se domine la vivacidad del propio carácter, reprimir todo movimiento de impaciencia y prohibir a la propia lengua pronunciar una sola palabra ofensiva para la persona con la cual se trata. Ella exige el rechazo de toda forma de violencia en los comportamientos, en las propuestas y en las acciones». A Don Albera le parecía imposible olvidar, en el cuadro de la dulzura que nos dejó, «una seña de aquella mirada serena y llena de bondad, que el verdadero y límpido espejo de un ánimo sinceramente dulce y únicamente deseoso de hacer feliz a quienquiera se le acerque».
Dulce no es sinónimo de meloso y dulzón, que son sus encubiertas caricaturas. Dulzura no es para nada debilidad. La violencia incontrolable es debilidad. La gentileza es fuerza pacífica, paciente y humilde. Don Bosco unía, en su gobierno, la dulzura y la firmeza.
Este espíritu de bondad, dulzura y gentileza incidió en los primeros salesianos y pertenece a nuestra más antigua tradición. Todo ello indica que no podemos descuidarlo, y menos perderlo, con el riesgo de dañar significativamente nuestra identidad carismática.
Para muchos de nuestros jóvenes, la experiencia mayormente recordada del encuentro con la Familia Salesiana en el mundo es a menudo la familiaridad, la acogida y el afecto con el cual se sintieron tratados. En resumidas cuentas, el espíritu de familia. En los primeros tiempos se hablaba de un “cuarto voto salesiano”, que comprendía la bondad (primero que nada), el trabajo y el sistema preventivo.
No podemos imaginar una presencia salesiana en el mundo, una presencia de las Hijas de María Auxiliadora, de los Salesianos de Don Bosco y de los actuales treinta y dos grupos que componen la Familia Salesiana de Don Bosco, que no tenga la característica de la bondad como elemento distintivo; o al menos deberíamos tenerla, como quiso recordar el Papa Francisco con su iluminadora expresión de la “opción Valdocco”.
Se trata de nuestra opción por el estilo salesiano hecho de gentileza, afecto, familiaridad y presencia. Tenemos un tesoro, un don recibido de Don Bosco, que ahora nos toca reavivar.