Así nos contentamos de hacer lo posible en cambio de osar lo imposible. Recordemos las mil estrategias ciertamente importantes, también en el campo educativo, pero no nos olvidemos que el Cielo es para nosotros un polvorín de gracia: ¡bastaría una chispa de fe para hacerlo explotar!
¡Quisiera tener más fe! Aquella de Don Bosco, aquella de mi madre cuando me enfermé de meningitis muchos años atrás, la de mi abuela que recitaba la novena de Navidad de rodillas en los peldaños de la escalera. Quisiera que nuestros santos nos dieran la misma audacia que tienen tantos hombres y mujeres de nuestros días, ese coraje que sabe ir más allá de los mil miedos que a veces nos llevan a esquivar la vida.
Quisiera que delante de los problemas diarios, la primera actitud nuestra fuera de lanzar un nuevo desafío al Cielo para desencadenar la fuerza y la determinación de los santos. Quisiera que los amigos del Cielo nos enseñaran la oración “ab-soluta”, o sea desprendida de cualquier pedido personal, esa oración en la cual nuestro yo se pierde en Dios hasta decir, como Carlos Acutis, “No yo, sino Dio”.
Los santos multiplican los deseos y así ensanchan nuestro corazón. Y esta es la verdadera fuerza de los santos: ser sombra y no luz, ocultamiento y no vitrina, ostensorios y no ostentación, ojo de la aguja y no ojo del ego. Los santos son manija y no puerta. Nos permiten abrir la puerta, nos abren al Misterio, pero no se ponen en el lugar de la puerta. No son modelitos perfectos, sino personas atravesadas por Dios. Podemos paragonarlos a los vitrales de las iglesias, que hacen entrar la luz en diversas tonalidades de color. Tenemos necesidad de los santos del Cielo y necesitamos santos en la tierra, de vitrales que coloren nuestros patios para que se dejen traspasar por la luz.
De los santos me impresiona la determinación en declararle guerra al mal y su conciencia de que el maligno no renuncia a la beligerancia. Son aquellos que han aferrado que el mal hace mal, hiere y asesina, y justamente por esto viven en las trincheras de la caridad, allí donde se vive inmolando la vida. Educar es enseñar que vale la pena luchar contra el mal y es plasmar la conciencia, para que tenga un paladar fino para lo que es verdadero, bueno y bello, capaz de tener gusto por la Vida. Educar es una batalla en la que nuestros santos, si enrolados, avanzan y se ponen en primera línea.
P. Igino Biffi,
Inspector INE