Los salmos de Israel ponen en la oración toda la vida del pueblo: la siembra, la cosecha, las estaciones, la guerra, la enfermedad, el nacimiento de un bebé, las peregrinaciones, la fiesta, el matrimonio, la entronización de un rey, la sepultura de un ser querido, la opresión en Babilonia... Los judíos los cantan y los meditan desde su experiencia de Dios en la persona de Moisés y la conformación del Pueblo de Israel. Los católicos desde Jesús de Nazaret y la rica comunión de los primeros cristianos según las notas distintivas del Nuevo Testamento. El orante de Israel, sea una persona particular en nombre de un grupo o bien sea la asamblea litúrgica, pone delante de El Señor sus afanes, no reprime ningún sentimiento porque puede resultar enfermizo, por ese motivo, incluso las partes más oscuras de la vida se transforman en oración. Israel descubrió en los poemas una manera privilegiada de expresar sus sentimientos más profundos. También en los salmos de Israel podemos mirarnos los seres humanos con ansias de Dios y de humanidad.